Boletín Oficial de la Comunión Tradicionalista Carlista de Navarra

viernes, 4 de noviembre de 2016

Enseñanzas de una festividad: la Dinastía legítima

OPINIÓN
Sugerencias de una celebración

         4 de noviembre de 2016. Día de la Dinastía carlista, la monarquía de verdad, la de España o las Españas.

         Celebración religiosa.
Se ha celebrado la Santa Misa de sufragio por los reyes de España de los siglos XIX y XX. La fiesta de la Dinastía responde a la doble legitimidad de origen y de ejercicio. La celebración -recuerdo, oración y sufragio- ha sido exclusivamente religiosa, y se ha localizado en el corazón de Pamplona. El carlista debe apreciar en mucho esta fiesta, que es una vez al año, cuya importancia se expresa en que culmine con la Santa Misa, siendo costumbre prolongarla en un ambiente festivo. No apreciar esta fiesta con los hechos es no ser carlista.
La homilía del pater ha tratado de la necesidad de ser eficaces y eficientes, “astutos” para lo bueno ante Dios, como otros lo son para lo malo, pues “Los hijos de las tinieblas son más astutos que los hijos de la luz”. El asistente entendió perfectamente lo que el pater quería decir con ello. También el pater ha explicado la necesidad de una verdadera vida religiosa interior, en el corazón de cada persona, que tiene como eje los sacramentos y la vida de piedad.
          Se encomendó a los difuntos José Jaurrieta, Fernando Merino y José Javier Nagore. 

Significado de la fiesta.
Apliquemos a la vida el significado práctico –no romántico- de la Dinastía legítima que tanto se esforzó cuando reinó en España o estuvo en el destierro. Precisamente, cuando uno sacrifica algo de manera que le cueste, el romanticismo no puede ser la base de su actuar, ni de su corazón. Por eso el Carlismo no es un romanticismo. Los reyes legítimos podían haber tenido una vida fácil y cómoda con haber renunciado a sus derechos que como Reyes de España les correspondían. Pero optaron por no aceptar los principios del Liberalismo y ser fieles a lo que representaban, la concepción cristiana de la Monarquía y de España. ¿Es que los santos también fueron románicos? Más que romanticismo tuvieron alma y un amor que amaba. 
Los carlistas lo son actuando y, además, actuando a la vista de todos. Sobre todo cuando todo se desmorona, es preciso conservarse, unirse, transmitirse y propagarse. Otra cosa les colocaría en el pelotón de quienes han traído o permitido traer la enorme crisis que sufrimos en todos los ámbitos. Los carlistas de veras no están por eso, ni para apagar incendios provocados por otros, ni para devaneos.
El recuerdo y oración por los miembros de la Dinastía es como una rotunda voz que se alza en el actual silencio -peor que una losa- social y político, en medio de una sociedad desarticulada y presidida por una denominada dinastía que no puede ser monarquía, en cuanto que liberal, que firma leyes tan infamantes que empapan el papel de sangre, que no defienden al más débil, que mantiene la continua usurpación heredada de derechos políticos, y que se debe a las élites mundiales de poder.
Por eso, ante los gravísimos males que sufre la sociedad española, hoy clama mucho más la ilegitimidad de ejercicio que la de origen. Desde luego, si los carlistas de Navarra no saben quien es el rey -al que esperan-, sí saben quien no lo es.
Con la piedad que permiten los sentimientos y con el ferviente deseo de ser más útil, de servir más y de forma más completa, quien ha asistido a la celebración ha podido concluir que en esta vida obras son amores y no buenas razones.
Quien ama, tendrá la "astucia" o prudencia de apoyar los propios actos como el de la fiesta de la Dinastía Carlista, si se encuentra ante la disyuntiva de poder y tener que acudir a varios actos. ¿Por qué?; pues precisamente porque aquellos son más ocasionales –sobre todo si son anuales- y de presencia social más débil. Quizás lo de menos sea la mayor o menor importancia de quién convoca. Todo es necesario: la Iglesia y el Estado son realidades diferentes y necesarias en esta vida. 
Los carlistas de veras no están por el olvido, ni por la apatía, ni por el purismo como pretexto de algunos que nada hacen, ni por el desmayo y desánimo de los decadentes que pierden la guerra y no sólo la batalla, ni por el individualismo asocial como tampoco el familiar, ni por el aislamiento entre sí, ni por apartarse de la ciudad y sus problemas. Tampoco caen en la pereza, ni se repliegan al rincón silencioso de su intimidad, ni se olvidan de cooperar, federarse con otros, sumar. Los carlistas no dejan el trabajo para mañana sino que lo cumplen hoy, ni dejan solo al correligionario que no obstante y seguramente sabrá comprender imposibilidades puntuales de enfermedad, familia o trabajo. Y ello aunque se quede solo, aunque ello le lleve a preguntarse sobre su propia eficacia.
Los carlistas no dividen al hombre en partes, ni lo mutilan, ni sacrifican alguna de ellas –al final sacrificarían todas- con el pretexto de ser más eficaces en alguna, por ejemplo en la más importante y sublime que es la religión. Los carlistas están real y plenamente en la sociedad. 
Porque ha llegado el momento decisivo de desterrar la costumbre de situar las necesidades sociales y políticas en la esfera de la mera autorrealización sustituible en aras de la comodidad y otras muchas actividades muy nobles de ámbito personal, familiar o eclesial. Decimos que ha llegado el momento decisivo de desterrarla porque hoy día tales necesidades políticas ya son de supervivencia. Por no considerarlo así los progres, liberales y acomodaticios, los católicos son vapuleados como ciudadanos de segunda clase. 

Ramón de Argonz
Pamplona 4-XI-2016

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