El pasado martes santo, 26 de marzo de 2013, el ayuntamiento de Leiza acordó por mayoría absoluta (9 concejales –de la izquierda abertzale– sobre 11) retirar el nombramiento de hijo predilecto de Leiza a don Antonio Lizarza, carlista e hijo de la villa. Otro hijo de Leiza, mi amigo el concejal Silvestre Zubitur, valientemente intervino en el pleno del consistorio en protesta contra esa cobarde decisión. Recojo a continuación sus palabras y ruego que se difundan y mediten. Aún quedan hombres. Un abrazo, Silvestre. J.A.Ullate
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Las revanchas son una forma triste de ajustar cuentas con el pasado. Es posible que retirar un reconocimiento honorífico a una persona que pensó de un modo distinto a los que hoy tienen el poder produzca satisfacción en los que mandan, pero eso no es nada en comparación con la decepción y dolorosa sensación de que las ideas callan cuando la fuerza se impone. Y si con actos así las ideas callan, las preguntas resuenan.
Por ejemplo,
¿Cómo pudo ser que un pueblo como Leiza, tan vasco y tan trabajador y popular, fuera durante la mayor parte de la época contemporánea un bastión del carlismo?
¿Cómo pudo ser que, hasta la aparición del nacionalismo, la inmensa mayoría de los leizarras, sencillos trabajadores y pequeños propietarios, fueran carlistas de corazón dispuestos al sacrificio por defender sus convicciones?
¿No habrá tenido nada que ver el carlismo en la preservación de la cultura vasca de Leiza?
¿Aquél viejo carlismo no sería una fuerza de defensa de las libertades populares frente al centralismo liberal invasor?
¿No habrá tenido el carlismo parte en la formación de una conciencia celosa, por los derechos de la gente, y una intolerante, frente a los abusos?
Pero no se detienen ahí las preguntas que durante demasiado tiempo se han querido prohibir a los hijos de Leiza y de muchos pueblos vascos:
¿Cómo podía ser que los carlistas leizarras amaran Euskal-herria como su patria y al mismo tiempo se emocionaran con el ideal de las Españas, sin encontrar contradicción en ello?
Quizás no hay contradicción ninguna entre Euskal-herria y las Españas.
Pero hay más,
¿No enseñaban los viejos carlistas a venerar las libertades populares que llamaban fuero y a defenderlas con la misma vida?
¿No tendremos que preguntarnos qué relación tendrá aquel viejo fuero con el deseo de verdaderas libertades para Euskal-herria?
También aquí se da una contradicción, de que los que hoy hablan de fuero han logrado la abolición de su esencia y quienes buscan otro “marco institucional” para los vascos, ignoran la hermosa raíz que el fuero tiene en esta tierra de Leiza.
Por último y más importante:
¿Cómo podía ser que aquellos vascos carlistas amaran a Dios sobre todas las cosas y se enorgullecieran de llevar una vida humilde y cristiana, desde la mañana hasta la noche, desde la infancia hasta la muerte?
¿Quizá no habrá ninguna incompatibilidad entre ser vasco y la religión?
O más aún, ¿es que no fue el amor a Dios lo principal que custodiaban aquellos vascos, españoles, carlistas y leizarras?
Dejadme decir que la verdad se defiende sola. Podremos ocultarla, podremos privar a las generaciones actuales de su derecho a conocerla, pero no podremos cambiarla. El carlismo en esta tierra no fue nunca planta trasplantada que necesitara aclimatarse: fue sencillamente el decantarse de una historia milenaria que aunaba amor a Dios, al prójimo, a la justicia y a la propia identidad vasca. Por eso mismo fue siempre integrador: Dios y patria, fueros y rey. Integrar, solidarizarse, vivir en permanente auzolan, sin otra exclusión que la mentira, que el odio y que el rencor.
Me podréis decir que deliro, que dibujo un panorama idílico e inexistente. No es verdad. La razón de ello es que no hablo de ninguna ideología (y podría extenderme en las mentiras que se han vertido sobre el carlismo, vinculándolo con enemigos históricos, como el fascismo), sino de un pueblo que tan sólo quiere construir su propia vida y defender las tradiciones que le han dado su identidad. Por supuesto, que entre los carlistas hubo de todo, pero no porque eran carlistas. En tanto que carlistas eran hijos del pueblo y de Dios y sus errores personales no ensombrecen ese glorioso empeño común.
Dejadme deciros una última cosa: vosotros queréis construir una patria con una ideología. Los carlistas nunca tuvimos una ideología, sino una patria que conservar, que merecer, que transmitir. Por eso, vosotros podéis haber visto en los carlistas de ayer y de hoy enemigos que no tienen cabida en vuestra patria soñada. Esa ventaja tenéis sobre nosotros: nosotros, sin embargo, os necesitamos, aunque vosotros creéis que no nos necesitéis, porque para reconstruir la patria, el pueblo, la vida en común no podríamos prescindir de nadie, porque todos estamos llamados a ayudarnos a vivir una vida más digna y más humana. Ésa es nuestra debilidad, pero ésa también es nuestra gloria.
Mi defensa de un hijo del pueblo no es una defensa personal ni partidista, es una llamada de atención, un recordatorio a unas cuantas preguntas que todavía se acallan.
[Esta intervención fue acompañada de la lectura del siguiente “escrito en contra de la iniciativa del ayuntamiento de Leiza para la retirada del nombramiento de hijo adoptivo de Leiza de D. Antonio Lizarza”].
En primer lugar diré que por la diferencia de edad no he conocido a D. Antonio aunque si conocí a su hermano D. Nazario, que vivía en Leiza, cuando nosotros éramos pequeños, y también a todos sus sobrinos, hijos de su hermano D. Rufino y los hijos de este y los nietos, pues son de mi edad y por último los biznietos que son de la edad de mis hijos. Lo que si, he tenido la oportunidad de conocer a dos de los hijos de D. Antonio, D. Javier y D. José Antonio con los cuales he mantenido y mantengo una gran amistad por su personalidad y fidelidad en todo momento y como representante de este ayuntamiento por el honor y la dignidad de todos ellos y con todo merecimiento quiero hacer esta defensa.
En segundo lugar diré que siempre me ha gustado escuchar a las personas mayores en sus tertulias y entre ellos hablaban muchísimo de D. Antonio y de lo que les ocurrió aquí y allá, pero tengo que reconocer que entre aquellas vivencias y a menudo estremecedoras, nunca escuche una conversación con el mínimo rencor hacia las personas que habían sido sus adversarios, al contrario la mayoría de aquellos hombres y mujeres supieron rehacer sus vidas pasando todos, toda clase de penurias, se respetaron y convivieron en adelante, dejando ejemplo para la posteridad.
A D. Antonio Lizarza el pueblo de leiza le nombró hijo adoptivo, y ahora el pueblo de Leiza le va a retirar. ¡Pobre Leiza como te han cambiado! Pero yo os diré que a D. Antonio Lizarza, jefe carlista en Navarra, que no era hijo adoptivo de Leiza, sino que natural de Leiza y a mucha honra para él y para muchos Leizarras, eso sí que no le vais a quitar porque cambiareis la historia pero nunca, nunca, nunca la realidad.
Y por todo ello también diré que esta iniciativa que habéis presentado no hace más que demostrarme que yo en algo estaba equivocado, pensaba que aquellas tertulias de nuestros mayores, aplacaban a toda persona que no quería que sus hijos pasaran por lo que ellos tuvieron que pasar, pero veo el rencor y el odio de otras personas siguen buscando el enfrentamiento.
Silvestre Mª Zubitur