Día de Navarra
(por José Fermín Garralda)-
San Francisco Javier forma parte de la identidad de Navarra y los navarros. Es una persona y no una idea. Es una mirada mantenida en el tiempo y no un pensamiento efímero. Es un testimonio de vida y no un eslogan buenista. Que Javier sea patrono de Navarra significa que nos miramos en él como en un espejo.
Javier, ora pro nobis, pues no somos ni sombra de nuestros padres y abuelos. Sabemos que ni tu, ni Nuestro Señor, podéis estar contentos con nosotros. Nos hemos dejado engañar por la soberbia, la sensualidad y la pereza. Si nos miramos al espejo es como si se repitiese la historia de El retrato de Dorian Gray, de Oscar Wilde.
Distraídos con las criaturas, hemos perdido el Norte, y hemos vuelto el corazón a nosotros mismos, como unos pobres egoístas insatisfechos y desnortados. Al final, creyendo que decidimos por nosotros y para nuestro interés, nos utiliza gente sin escrúpulos. La intromisión de la Agenda 2030 y la sumisión a ella, es un dato evidente: nadie nos preguntó por ella y ha sido impuesta sin permiso alguno.
El materialismo, los vicios generalizados, la flojera que nos impide ir contracorriente, el seguir la propaganda de los creadores de opinión, y uncirnos al qué dirán en vez de estudiar y profundizar en la palabra de Dios, nos han inutilizado para ser buenos cristianos, inutilizado para estar a la altura de nuestros mayores, ser felices y, desde luego, ser santos. En esta tesitura, hermano mayor, te pedimos muy especialmente por los que van camino de su perdición eterna.
Javier, muchos navarros parece que han perdido la Fé, su personalidad, y siguen a todo aquello que se mueve. Pusilánimes, pierden cualquier atisbo de osadía para el bien.
Repitamos que los navarros como pueblo no somos ni la sombra de nuestros mayores. La crisis abarca todos los temas. Unos dudan de la comunidad cristiana que es la Iglesia católica, otros de la identidad navarra, y ambas cosas -que suelen ir juntas- les ha cortado las alas que les permitían volar. Así es como nos dejamos manipular, sin dar la contestación debida, por los más atrevidos de otros pueblos y por las agencias mundialistas de las oligarquías y plutocracia capitalista internacional.
Javier, hermano mayor, enséñanos en primerísimo lugar a valorar la Fe como acogimiento de la presencia de Dios en nuestra vida, un Dios ser absoluto y referencia definitiva y última.
Javier, enséñanos a ser buenos navarros como tu lo fuiste. Con personalidad que une a todos. Siervos sólo de Dios. Amigos del propio Reino sin subordinación a potencia alguna. Amigos del pacto libre y para el bien en la familia, la sociedad y la política. Principales y no segundones. Nobles de cuna y muchas veces con hidalguía colectiva. Hechos para grandes ideales. Altaneros. Persistentes. Radicales en lo que consideramos bueno. Recordemos quiénes somos y para qué nos han legado una fuerte personalidad, para no ignorarnos a nosotros mismos ni vendernos al mejor postor. Con Javier, Navarra siempre p'alante.
Para saber más... Francisco de Jassu y Azpilcueta (1506-1552), era el nombre de San Francisco Javier. Nació en el pueblo de Javier en el Reino de Navarra. Su familia poseía el castillo del lugar que se conserva restaurado. Nobleza, lealtad y firmeza les honra de cara a la posteridad.
Francisco pertenecía a la nobleza más castiza del Reino de Navarra. Tuvo dos hermanos: Miguel de Jaso, el mayor y heredero de la familia, que vivirá en el castillo de Javier, y Juan que se establecerá en Obanos y Tafalla. Ambos lucharon con los agramonteses por el último rey de Navarra en 1512, contra los navarros beaumonteses y Fernando el Católico, antes de incorporarse Navarra a la Corona de Castilla mediante unión eqüe-principal, conservando su naturaleza de reino "per se", separado. Ambos lucharon, y perdieron, pero se sumarán al sosiego del Reino en su nueva etapa abierta a los grandes proyectos de Castilla en el mundo.
Francisco estudió en París y tuvo una juventud divertida, gustándole en sus momentos de ocio el beber, jugar a las cartas y sobre todo cantar. Tras unos ejercicios espirituales con Íñigo de Loyola, decidió consagrarse a Dios: "¿De qué le sirve al hombre ganar todo el mundo, si pierde su alma?". Eso nos debiéramos decir hoy todos los navarros en intimidad con Dios.
En once años y medio de apostolado misionero, hizo cuatro grandes viajes, en una época en que los navarros se empezaban a aventurar hasta el confín del mundo. Él lo hizo como misionero del evangelio.
Fue miembro del grupo fundacional de la Compañía de Jesús y estrecho colaborador de su fundador, Ignacio de Loyola. Como jesuita utilizó el apellido materno y no paterno, al igual que su hermano, sucesor del señorío de Javier. Firmaba sus cartas como Francisco de Xabier, o mejor, sólo con Francisco. Misionó en las costa de África, en la India, en Insulindia y en Japón. Por eso se le conoce como el Apóstol de las Indias.
Falleció en la isla Sancián -Sanchón, en la imagen- enfrente de China, a donde se disponía a ir a pesar de estar penado con la muerte en el caso de ir a predicar otra religión. Era un islote árido, lugar de reuniones secretas de mercaderes portugueses y traficantes chinos para sus acuerdos comerciales. Le asistió su amigo Antonio. A su entierra asistieron Antonio, un portugués y dos esclavos.
Fue canonizado en 1622, junto a Ignacio de Loyola, y también Teresa de Ávila, Isidro Labrador y Felipe Neri. Era una época de grandes santos. Como hoy es una época de mártires: oh martirio, paradójico en nuestro mundo de culto a la ciencia, de progreso técnico y material, expositor de grandes deseos contrarios a la paradójica propaganda de antivalores y vicios que ennegrecen el año el Señor 2023 como preámbulo para el 2024 por venir.
Como símbolo de Navarra, el Santo misionero está en el centro de las pinturas de Stolz en la inmensa cúpula del monumento de Navarra a sus muertos en la Cruzada. Navarra siempre vivió aires y caminos de Cruzada.
Si de Cruz, Cruzada (defensiva)... de Javier, Javierada para rehacer la fe en Navarra e impulsar a los navarros por todo el mundo con un mensaje de salvación cristiana y de paz.
José Fermín G.
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