La verdad, aunque duela
LOS QUE DURANTE numerosos años -ya varias décadas- han extendido la pancarta "ABORTO NO. Dios ama al embrión", enfrente del Parlamento de Navarra, se dan cuenta que el problema en la calle es el de una total ignorancia sobre lo que es un aborto. Entienden que el problema es el gran egoísmo reinante que se aleja de la realidad.
Saben que el problema es el de una enorme pereza que lo excusa todo porque -por inacción, inoperancia o complejo de los "buenos"- se sigue lo impuesto como políticamente correcto por las grandes firmas de negocios que actúan a costa de la vida del más inocente.
Se dan cuenta, al fin, que el problema es el del desencanto hacia un sistema político que anula y secuestra la voz social, subordinándola a cesiones infinitas con tal de llegar y mantenerse en el poder en una situación de tobogán hacia abajo y sin frenos. ¿Para qué hacer algo si nada se tiene en cuenta? ¿Para qué si los partidos políticos son la única voz? Pues dejemos todo como está para no ir a peor.... -se piensa-.
Están muy bien los Congresos pro vida cada varios años. Estos Congresos deben impulsar a la acción: rescatadores a quienes admiramos y a quienes amigos de los pancartistas se suman, acción política que en los grandes partidos parece imposible y que los pequeños ofrecen posibilidades de pasar por la ventanilla de la legalidad, actuaciones sociales y de protesta urbana que es lo más próximo y directo, lo más más inmediato, libre y universal...
¡Qué importantes son las leyes civiles, que hace un tiempo, cuando las cosas no estaban tan horriblemente mal, los católicos y la gente del derecho natural tanto descuidaron, llevando incluso la política por muy malos derroteros y dejándola en manos de quienes no eran de fiar! Ahora pagamos las consecuencias. Lo que la sociedad construye con esfuerzo durante largo tiempo, una ley civil lo puede destruir de un plumazo, pues actúa directamente sobre la sociedad. Es tarde para darnos la razón.
Sí, el negocio aborto es un gran negocio. Y un maldito negocio.
"Pero tu ya vives" -se les dice, y se callan-. Pero "aquí hay vida humana en plenitud" -y ahora se les muestra su destrucción en una pancarta-. Pero ponte en la situación del otro...
La imagen acude en socorro de la palabra. Hemos hecho la prueba en Pamplona aunque el día fuese lluvioso y frío y no hubiese casi un alma por la calle. La costumbre no se puede cortar.
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