Festividad de San Fermín
¡Viva San Fermín!...
Estamos de fiesta, aunque no de fiestas.
Las fiestas podemos retrasarlas un año por fuerza mayor, ante la amenaza del coronavirus. La prudencia es una obligación moral. Por eso, si tanto se nos debe querer al menos moralmente, es que valemos algo a los ojos de los hombres, aunque valgamos mucho -muchísimo- a los ojos de Dios.
En este año atípico profundizaremos sobre la necesidad de celebrar a nuestros santos con una mayor intimidad y menos distracción.
Según nuestro señor arzobispo mons. Francisco Pérez: "Los santos no solamente aman y perdonan sino que nos embelesan tanto que, ante ellos, no podemos resistirnos a no creer (en Dios). Son como el rayo de luz que procede del sol. No es el sol pero su luz procede del sol. El santo, al ser luz procedente de la Luz que es Cristo, tiene la cualidad de disipar las tinieblas" ("La Verdad", nº 4.208, 3-VII-2020).
Nos agrada escuchar tales palabras.
Ahora, añadiremos algo nuestro. Decimos que se nos debe querer, porque los españoles se han sentido menospreciados por su Gobierno central y, en consecuencia, los Gobiernos autonómicos, en el tema de la prevención y atención frente a la pandemia del coronavirus. Nunca se nos olvidará. Tampoco se nos olvidará la exageración de las iglesias cerradas, aunque siempre se mantuvo un rayo de esperanza en las pocas iglesias que por caridad -y por justicia- estaban abiertas. Por eso, en estas no-fiestas, hemos de profundizar en el abandono sufrido. El Gobierno es responsable de los millares y millares de muertos en las residencias de ancianos o tercera edad -los mayores- con coronavirus a causa de abandono y por no haberlos admitido en las instituciones de Sanidad pública. Es una eutanasia indirecta. Y es responsable de muchas más cosas. Mientras tanto, el Gobierno sabrá -o no sabrá- lo que hace.
Resistimos de milagro, porque la Esperanza en Cristo, expresada en los muchísimos sacerdotes católicos y profesionales sanitarios que se han sacrificado hasta la muerte, es más fuerte que las tinieblas horrorosas de una sociedad y una política alejada de Dios.
Sin la Esperanza de un Cristo que nos consuela, un pueblo bravo hubiera derribado ipso facto al Gobierno inepto, incompetente o peor. Ahora bien, el consuelo no impide el derribo. Por eso precisamente este Blog habla del desastre de la partitocracia, de la ambición desmedida, y de la necesidad de velar por el Bien Común. Si los profesionales hubieran tenido el poder que les usurpan los políticos ignorantes y ambiciosos, otro gallo nos cantaría. Más sociedad y representación, y menos Estado... y además partitocrático.
Fermín de Musquilda