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(Con permiso de don Jaime Ignacio y de todos los amigos)
Hemos esperado unos días a realizar este breve comentario, tras la presentación del libro: La guerra política de Navarra. Cuarenta años en lucha por la libertad, de Jaime Ignacio del Burgo Tajadura, realizada el pasado día 3 de enero en el hotel Tres Reyes (Pamplona). Del Burgo es un político navarro muy conocido, una autoridad en materia jurídica, perseguido por ETA, el izquierdismo y el separatismo, y tiene la suficiente experiencia y saberes para responder a mucho de lo que se le pregunte, de modo que, en la dilatada sesión celebrada en dicho hotel el día 3, respondió a una extensa batería de preguntas realizadas por el presentador.
Ya conoce el autor mi gran aprecio personal hacia su persona. Él ha sufrido cuatro largas décadas como objetivo mortal del terrorismo etarra, y presencia la insistente manipulación de la historia realizada por algunos contra su padre –a pesar que ya les respondió-, el bibliotecario, bibliógrafo e historiador don Jaime, conocido por todos los investigadores del Carlismo y carlista hasta su fallecimiento.
A la vez que agradecemos a don Jaime Ignacio los testimonios y análisis recogidos en su libro, comentaremos a continuación alguna afirmación que realizó en su presentación, y que también he leído en alguno de sus trabajos.
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No entraremos en discusiones que a nada conducen, ni es cuestión de aportar aquí abundantes pruebas. Si el Carlismo hubiese muerto es porque España ya lo había hecho. Muchas veces en la historia dijeron que el Carlismo había desaparecido, por ejemplo en tiempos del gran Carlos VII, en 1931, tras 1976... pero siempre volvía y volvía a resurgir de sus presuntas cenizas. Una pesadilla para sus enemigos. ¿Por qué? Porque el Carlismo es el nombre que recibe la tradición española con una historia y circunstancias concretas.
Seguramente, si muchos que dejaron el Carlismo hubieran seguido en él, no se podría decir que éste hubiese muerto, pues se trataban de personas de indudable valía. Entre las causas de la decadencia de la militancia carlista no perdemos de vista la política dubitativa y juanista del regente don Javier, la traición de don Carlos Hugo al saber que Franco optaba por don Juan Carlos, y tampoco la trampa organizada en el Montejurra de 1976, pues para entonces el Carlismo era la única opción tradicionalista al Régimen del generalísimo Franco: la romería tradicional a Montejurra antes de 1976 adquirió tan gran significado en la conciencia española, que por lo visto había que acabar con ella. Hubo ministro que dijo en 1976: “El Carlismo huele a sangre y telarañas”. Sobre lo ocurrido en 1976, la Regencia Nacional Carlista de Estella- proclamada en 1958- advirtió el peligro, y prohibió a sus fieles ir a Montejurra , animándoles en cambio a acudir a Montserrat. Salió publicado en "El Pensamiento Navarro".
Pero lo más importante es que el Carlismo no es el Rey -aunque sea un movimiento monárquico-, ni es una cuestión sólo dinástica y legitimista, sino que sobre todo y esencialmente tiene una entidad propiamente española y expresa unos principios y mentalidad que abarcan muchos aspectos vitales, existentes y necesarios en la persona, la sociedad y la política conforme a la naturaleza, la historia y nuestro temperamento. El Carlismo no es ideológico y el rey es quien debe servir al Bien Común y no al revés. Es decir, lo mismo que hoy debiera hacer la partitocracia y vemos que no lo hace. Por eso, si no existiese el Carlismo habría que inventarlo. Es muy posible que el tesón y valentía del autor del libro La guerra política de Navarra, tenga relación con sus orígenes personales. Así nuestro lema puede ser: preparemos una sociedad para hacer posible un rey. En efecto, hay trabajo abundante.
Los carlistas defendemos los Fueros para todos –se ha dicho que la Patria son los Fueros-, ya sea el Fuero privado ya el público, que a diferencia de las autonomías son derechos propios y anteriores al Estado, es decir, pre-constitucionales o para-constitucionales (Nagore, Salcedo…), con un contenido estable, heredado, actualizado o paulatinamente elaborado cada día.
Por último, la crisis que se sufrió en la Iglesia afectó a muchos carlistas, pero no al Carlismo porque hay que saber qué dijeron los obispos españoles después del Concilio sobre sus aplicaciones en España. Una cosa es el Concilio, otra lo que se atribuye a éste, y otra la política vaticana.
Es cierto que los carlistas –la Comunión Tradicionalista Carlista- no han obtenido resultados electorales las veces que se han presentado a las elecciones europeas o al Senado, pero lo cierto es que se han presentado y han sido votados.
Ganaron en la guerra, Franco les persiguió, lo ocurrido en 1976 iba a ser la puntilla, pero en 1986 se formó la CTC, se presentaron a las elecciones europeas en 1994 y aliados como “Impulso Social” en 2014, así como varias veces al Senado. Los carlistas tendremos poca presencia social y política, pero ahí estamos, y como el Carlismo es la España de siempre, pervive mucho más de lo que parece, pudiendo si extiende su acción ayudar a frenar los males, recuperar bienes perdidos y resolver nuevas situaciones. En la crisis de Cataluña los carlistas catalanes están dado el callo.
Por último, los carlistas siempre hemos sido contrarios a la Transitoria 4ª de la Constitución, porque, además de lo curioso de su establecimiento en momentos en que la casi totalidad de los navarros eran ajenos a los planteamientos nacionalistas –ya Álava había sido entregada a Euzcadi-, por iniciativa de las instituciones navarras se podrá cada cinco años convocar un referéndum definitivo sobre la incorporación de Navarra a Euzkadi y sin posibilidad de vuelta atrás.
Agradecido a don Jaime Ignacio y al lector por su paciencia.
Día de la Monarquía Tradicional
José Fermín Garralda
Pte. de la CTC de Navarra
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