Boletín Oficial de la Comunión Tradicionalista Carlista de Navarra

sábado, 27 de octubre de 2018

El verdadero problema no es VOX sí o VOX no

OPINIÓN

Tomada de INFOCATÓLICA
Por su interés sobre el problema de la salida a la gran crisis que padecemos, recogemos este artículo de don Luis Fernando Pérez-Bustamante. Hemos de decir que nos ha sorprendido gratamente y que seguimos lo que él afirma. 


El verdadero problema no es VOX sí o VOX no


No es habitual, pero de vez en cuando surgen debates interesantes entre los blogueros de InfoCatólica. Es lo que ha ocurrido con los dos posts publicados por Bruno Moreno y el P. Francisco José Delgado. El primero cree que votar a VOX es volver a caer en el mismo error que muchos católicos conservadores han cometido votando al PP. El segundo cree que no habría tal error en un católico que decida votar al partido presidido por Santiago Abascal.
En mi opinión, el problema reside en el régimen político que hay en España, conocido como democracia liberal. Un sistema en el que la ley de Dios no juega papel alguno. No en vano, don Marcelo, cardenal primado de España en tiempos de la Transición, escribió una instrucción pastoral ante el referéndum sobre la Constitución. Decía en la misma:
Estimamos muy grave proponer una Constitución agnóstica –que se sitúa en una posición de neutralidad ante los valores cristianos- a una nación de bautizados, de cuya inmensa mayoría no consta que haya renunciado a su fe. No vemos cómo se concilia esto con el “deber moral de las sociedades para con la verdadera religión”, reafirmado por el Concilio Vaticano II en su declaración sobre libertad religiosa (DH, 1).
No se trata de un puro nominalismo. El nombre de Dios, es cierto, puede ser invocado en vano. Pero su exclusión puede ser también un olvido demasiado significativo.
En realidad no se trataba de un olvido sino de una exclusión a propósito. Se trataba de pasar de la unidad católica propia de la Cristiandad hispánica y, más inmediatamente, del régimen franquista, a la aconfesionalidad, a la monarquía parlamentaria liberal.
Bien hizo don Marcelo en advertir que puede haber una confesionalidad nominal, hipócrita. Fue el caso de la Constitución de Cádiz. Su artículo duodécimo afirmaba que «la religión de la Nación española es y será perpetuamente la católica, apostólica, romana, única verdadera. La Nación la protege por leyes sabias y justas y prohíbe el ejercicio de cualquier otra», pero resultaba evidente que los liberales no tenían la menor intención de que tales palabras pasaran del papel a la realidad. Para más información sobre esto, léase el artículo «El Filósofo Rancio», el hombre que aterrorizó a los liberales en las Cortes de Cádiz, de Javier Navascués.
Por cierto, el lector hispanoamericano haría bien en estudiar esa cuestión, porque afecta más de lo que parece a su propia realidad:
«Quiere este estudio sobre la influencia de la constitución doceañista en la América hispana fundar y exponer la siguiente tesis: lejos de ser la madre de los procesos constitucionales americanos, la de Cádiz, si influye en éstos es a través de tres actos: traduce las ideas del constitucionalismo liberal y revolucionario, especialmente el francés, al idioma y el ambiente hispánicos; modera esa ideología casándola con la religión católica, es decir, haciendo de la moderación la virtud de un liberalismo católico práctico; e introduce tal ideología revolucionaria en el ambiente americano, que es lo que en verdad tuvo peso específico, más que sus artículos e instituciones.» 
(Juan Fernando SEGOVIA, traducir, moderar, introducir. vicisitudes de la constitución gaditana en Hispanoamérica, Verbo 505-506, Madrid 2012, p. 427)
Volviendo a España, añadía don Marcelo:
Consecuencia lógica de lo anterior es algo que toca a los cimientos de la misma sociedad civil: la falta de referencia a los principios supremos de ley natural o divina. La orientación moral de las leyes y actos de gobierno queda a merced de los poderes públicos turnantes. Esto, combinado con las ambigüedades introducidas en el texto constitucional, puede convertirlo fácilmente, en manos de los sucesivos poderes públicos, en salvoconducto para agresiones legalizadas contra derechos inalienables del hombre, como lo demuestran los propósitos de algunas fuerzas parlamentarias en relación con la vida de las personas en edad prenatal y en relación con la enseñanza.
Cuarenta años después, podemos decir que don Marcelo no solo acertó de lleno, sino que se quedó corto. Ni en sus peores pesadillas podría haber imaginado el gran cardenal español que este país iba a legalizar el “matrimonio” homosexual e imponer la perversión sexual en la escuela, por ejemplo.
Entre las cien propuestas que presenta VOX, no aparece por ningún lado ni Dios, ni la fe católica, ni la Iglesia, ni cosa que se le parezca. Pero ¿cómo pedirle a VOX que haga algo que la propia Iglesia en España ha desechado? ¿o acaso recuerdan ustedes a un solo obispo español -ya de paso, del resto del mundo- que en los últimos 30 años haya reivindicado el Reinado Social de Cristo en esta nación, de tal manera que, como poco, nuestras leyes no quebranten la ley natural y la ley divina?
Cuando se pasa de defender la realeza absoluta de Cristo en todos los ámbitos a defender solo unos pocos principios basados en una ley natural que la mayoría ni siquiera acepta o simplemente  desconoce, es normal cosechar el fruto amargo de la irrelevancia o, como decía el maestro Rafael Gambra, de la apostasía:
La separación del poder político respecto del orden moral y religioso no puede ser aceptada por un espíritu cristiano más que como apostasía o pecado (…). Un cristiano que pertenezca además a una vieja y homogénea comunidad histórica (como la España católica) no puede, a mi juicio, aceptar la laicización del poder (…) sin incurrir (consciente o inconscientemente) en una apostasía. Mucho menos propugnarla como el más adecuado hábitat del creyente” 
La unidad religiosa y el derrotismo católico, Ed. Nueva Hispanidad, Mendoza, pag 168
El también maestro Pedro Luis Llera, explica la mar de bien la raíz del problema en un comentario al post del P. Delgado:
Ahora bien, si somos coherentes, cualquier tipo de sistema político será bueno en tanto en cuanto vaya encaminado al bien común y a reconocer a Cristo como Rey. Y el bien común y la realeza social de Cristo pasaría por alcanzar un consenso en que los Mandamientos de la Ley de Dios - o la Ley Natural, si lo prefiere - debe ser la norma que delimite lo que está bien y lo que está mal. El problema radica en que los regímenes liberales cambian la soberanía de Dios por la soberanía nacional (el poder del pueblo). Y, en consecuencia, se cambia a Dios por el hombre, la voluntad de Dios por la voluntad de las mayorías. Entonces lo bueno y lo malo es lo que la mayoría opina en cada momento que está bien o mal, según sus conveniencia. 
Por ejemplo, aunque Dios establezca que matar a inocentes es un crimen abominable, la mayoría de la gente ha determinado que el aborto es un modo legítimo de control de la natalidad y un derecho de la mujer. Por lo tanto, el sistema liberal consagrado en la Constitución de 78 ha aprobado mayoritariamente una ley que colisiona frontalmente contra la ley de Dios. Para un católico consecuente, esto es inaceptable, obviamente. ¿Qué hacemos? ¿Aplaudimos la Constitución? ¿Aceptamos un sistema así? El sistema liberal deja a Dios de lado, lo relega a la intimidad de cada uno, pero no admite que Dios se inmiscuya en la política. Si no hay Dios, no hay moral. La muerte de Dios decretada por Nietzsche constituye al hombre en un superhombre que está por encima del bien y del mal. Es el hombre quien decreta lo que es bueno y lo que es malo. Y, en consecuencia, todo vale, todo es consensuable. Nada es verdad ni mentira, ni bueno ni malo: esto es el relativismo moral imperante. Ante esto tenemos que elegir: o Dios o el mundo. Cada uno verá.
El sacerdote toledano responde a D. Pedro Luis con un comentario que considero “peculiar". Dice:
A esos temas tendré que responder con los artículos que he anunciado. De entrada sólo me quedaría decir que a los que mantienen como inamovibles esos puntos de vista (algunos yo los considero opinables e incluso muy discutibles), la única salida que les queda es la de los carlistas del XIX, los de verdad: el monte y el trabuco.
Hombre, ciertamente más de un millón de seres humanos asesinados antes de nacer, la destrucción de la institución familiar, la imposición de una moralidad perversa a los niños pisoteando el derecho de los padres y otra serie de desgracias acontecidas en los últimos cuarenta años pueden considerarse como razones más que de sobra para no quedarse en un sillón contemplando el techo, pero eso de tirarse al monte con el trabuco tiene el problema que señaló Cristo:
¿O qué rey, si va a dar la batalla a otro rey, no se sienta primero a deliberar si con diez mil hombres podrá salir al paso del que lo ataca con veinte mil?
Luc 14,31
Aun así, no está de más recordar que ya hubo algún “loco” trabucaire que se tiró al monte ante la profanación por parte de la autoridad “competente” de los derechos de Dios y de su pueblo. 
Pero Matatías respondió a grandes voces: 
Aunque todos los pueblos que están bajo el imperio del rey le obedezcan y cada uno se aparte del culto establecido por sus padres acatando las órdenes del rey, mis hijos, mis hermanos y yo viviremos conforme a la alianza de nuestros padres!  ¡Que Dios nos libre de abandonar la Ley y las costumbres! ¡No obedeceremos los mandatos del rey para no apartarnos de nuestro culto ni a derecha ni a izquierda!

Entonces Matatías gritó por la ciudad con fuerte voz: 
-¡Todo el que sienta celo por la Ley y quiera mantener la alianza, que me siga! Y él y sus hijos huyeron a los montes y abandonaron todo lo que tenían en la ciudad.
1 Mac 2,19-28
Podria también hablar del ejemplo de los cristeros, o de los mártires españoles del siglo pasado, o de tantos y tantos que dieron su vida bien sea por defender activamente la Realeza de Cristo, bien sea por ser ejemplos vivos de dicha realeza en sus vidas.
Soy absolutamente consciente de que, a día de hoy, y ante la falta de una formación católica tradicional, la inmensa mayoría de los católicos practicantes aceptan que Cristo debe reinar en sus vidas, pero no es necesario que lo haga en las leyes que rigen la sociedad. Se les ha privado de un riquísimo magisterio pontificio que indica precisamente que cuando Cristo manda hacer discípulos a todos los pueblos (Mat 28,19) y San Pablo habla de la obediencia a la fe en las naciones (Rom 1,5), eso implica poner todo y a todos -también los gobernantes- bajo la soberanía del Redentor. 
Decía el P. Delgado que la única salida que queda a los que piensan como yo es la de los carlistas del siglo XIX. Bueno, yo de momento, y tras unos meses de reflexión al respecto, he decidido que me conformo con ser carlista del siglo XXI. Entenderán ustedes que el debate sobre si votar o no votar a VOX, el PP, Cs, etc, me resulte bastante indiferente. 
Por Dios, por la Patria y el Rey.
¡Viva Cristo Rey!
Luis Fernando Pérez Bustamante

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