Opinión
El alcalde de Pamplona y la historia
El 10 de mayo, Joseba Asirón (EH Bildu) escribió
un artículo de prensa a título particular, para justificar su defenestración o limpieza del
arquitecto Víctor Eusa Razquin, al que tantísimo debe Pamplona. Le quitó una
calle de Buztintxuri, en la ciudad de Pamplona de donde él es alcalde gracias
al PSOE. Junto a Eusa también quisiera defenestrar a la derechona sociológica de Pamplona como clase que a él no le gusta.
El artículo
de Asirón abruma al lector con sus enciclopédicos conocimientos sobre la
obra arquitectónica de su encausado, quizás por vanidad ante las muchas críticas
que ha recibido su decisión de alcalde. No sabemos qué esperaban los críticos, pues
hace tiempo el criticado se sumó, en contra de su título doctoral, al mundillo
Talibán. Pero no sólo es eso, pues si importa el hecho defenestrador, más interesan
los motivos que se alegan. Si comentamos
esto, es para que dejen de referir la política actual a la guerra de casi un
siglo.
Por el contrario y tras los méritos que reconoce
a Eusa, Asirón nada explica ni justifica cuando dice que, el arquitecto Víctor Eusa, cuya memoria
defenestra, pertenecía a la Junta Central Carlista de Guerra en 1936, acusando
a ésta y aquel de fascistas, sanguinarios y criminales. Casi nada. Seguro que
si tal señor desarrollase el tema abandonaría el argumento.
Lo de menos es que Asirón llame fascistas a los
carlistas, pues no se lo cree ni él. Aún mantiene la machacona propaganda
comunista tras la guerra mundial para justificar la limpieza de cualquier
enemigo político y aplicarle la tea purificadora. Fascistas (nacionalistas de
clase, socialistas, totalitarios, excluyentes y violentos) lo son quienes se
declaran “antifascistas” a todas horas para mantener la tensión de clase, así
como para inculpar y vencer a sus enemigos políticos con una simple palabra. Un
truco éste muy barato y “legal”, lo mismo que tirar la piedra primero para
evitar que otros te acusen de lo que realmente eres.

Asirón dice mucho en pocas palabras, polariza el
pasado, escamotea la realidad, y hace un totum
revolutum de la represión en
tierras navarras, sobre navarros y gentes de fuera, atribuyéndola de hecho al
Carlismo, en el que figuraba Eusa. Como si el Carlismo fuese el todo y no una
parte. Mucho hablar de la bota militar franquista
para luego atribuir todos los males a dicha Junta cuando en realidad todo lo
político y de acción estaba militarizado.
Es contradictorio que mientras se exige afinar sobre
las actitudes que hay dentro del mundo etarra por ejemplo, no se afine sobre la
Junta Central carlista y los tiempos de guerra.
Refiramos la
historia ignorada, y valoraremos después su indebida utilización.
La represión fue en toda España, incluidas
Vizcaya y Guipúzcoa de las que todos callan, aunque esto nada justifique ni
consuele.
Sin negar los datos fehacientes y las
responsabilidades de todos en aquellas lejanas y convulsas fechas, todo fue
mucho más caótico y complejo de lo que se supone, por lo que se debería afinar
mucho el juicio, salvo que se quiera ofrecer un relato tosco y tergiversado. Es
complicado saber cómo pudo situarse Eusa en cada circunstancia como miembro de
la Junta Central carlista.
Partimos que en Navarra el mando de la
sublevación militar se propuso controlar la situación, también a los carlistas.
Un ejemplo puede ser la sustitución de la Junta Regional Carlista por la Junta
Central Carlista de Guerra. No obstante, a pesar que el mando en Navarra era
militar, de hecho la represión no se centralizó, ni fue sincronizada y tuvo
muchos perfiles. La supuesta política de
limpieza, es una falsedad: me remito a la investigación de Martorell
(2010).
La enorme complejidad del momento no justifica para
nosotros injusticia alguna. La Ribera y tierra Estella pudieron ser un
escenario bélico por los intentos militares republicanos sobre Vitoria
(Isusquiza) y Zaragoza. Además, no puede olvidarse las situaciones de conspiración, preguerra y
guerra, cuyos detalles nunca se sabrán tras fracasar la huelga general
campesina de 1934. En 1936 se buscaba imitar al comunismo soviético de Moscú y
crear un frente proletario “dirigido por su partido bolchevique”. El 1 de mayo
se declaró que se iba a sustituir a la Diputación Foral democráticamente
elegida. Días después Jesús Boneta (UGT) llegó a escribir: “iremos pueblo por
pueblo limpiándonos de alimañas (…) hasta el exterminio de los cuatro
señoritos”, formando un “ejército de campesinos navarros que por sus propias
fuerzas ha de libertar a esta provincia”. Luego, en varios pueblos se resistió
a la sublevación militar, se bombardeó Pamplona y otros lugares creándose un
amplió escenario en una Navarra volcada en el frente de batalla. Así pues, hay
que ser muy cautos al hablar de aquella época.
La Junta Central Carlista sustituyó de forma
extraña a la Junta Regional Carlista (Del Burgo Torres, 1970), estando Joaquín Baleztena
en ambas y pasando de presidente efectivo a presidente honorario. Importa decir
que algunos de los nombres de la nueva Junta sorprendieron a muchos carlistas. Sus
miembros tuvieron criterios diferentes, cometidos muy variados, mucho trabajo en
labores de intendencia, armamento, sanidad, recogida y entrega de dinero y oro,
correo, destinos, canjes, denuncias e intercesiones… hasta solicitar
prismáticos y gemelos de campaña (1). El Ejército, y la Junta Central y la de
Falange etc, subordinadas en principio a aquel, intervinieron el orden público.

La Orden del jefe regional Joaquín Baleztena
Ascárate (2), contraria a las represalias -lamentando Lola Baleztena que no
todos cumplieron-, fue asumida por la Junta Central Carlista de Guerra que le
sucedió (3). Asirón viene a reconocerlo pero añade que luego las cosas
cambiaron. La violencia se desencadenó en los dos primeros meses de la guerra,
mientras los requetés en el Frente y la taxativa orden del jefe regional
rechazaban las actuaciones rechazables.
La documentación del Archivo General de Navarra
permite acotar la actitud de la Junta Central Carlista de Guerra Navarra, de sus
propios integrantes, y de la Junta Nacional.
Para Martorell (2010) (4), la Junta tenía de
hecho autonomía ante el Carlismo nacional y el Ejército, aunque –insistimos- dependiese
del mando militar. Considera que no siempre controlaba a “ciertos elementos” de
su milicia o “piquetes armados”, abriendo la hipótesis de si, como ocurrió en
el lado republicano, “en Navarra parte de las ejecuciones se realizaron en una coyuntura
que permitió la actuación impune de grupos armados a pesar de las indicaciones
de sus propios jefes” (p. 84). Hay
muchos casos que reflejan el descontrol en las actuaciones en vez de una rígida
centralización. Sin duda, el ejemplo de la estricta organización comunista, convertida
en un a priori para juzgar todo, choca
con lo que ocurría en Navarra.
No se puede juzgar a la Junta monolíticamente,
pues hubo desacuerdos y desobediencias dentro de la Junta. Hubo casos en los
que unos defendían su sujeción a la autoridad militar mientras que otros no. Varios
de la Junta, protegieron a ciertos republicanos perseguidos.
Sobre el cómo, allí donde no hubo denuncias, no
hubo represalias. Las denuncias hechas por las organizaciones locales del Carlismo
no tuvieron como consecuencia la muerte de personas, y, en los pueblos
carlistas antes de 1931, no hubo casi represión. También la Junta Central fue
remolona en las depuraciones de empleados de la Diputación y Ayuntamiento.
Martorell concluye que para “establecer el grado
de responsabilidad (de la Junta) se ha de tener en cuenta no sólo la
importancia de quienes actuaron sino, igualmente de quienes conscientemente no
lo hicieron o intervinieron en sentido contrario para interceder o avalar a
personas amenazadas” (p. 93-94). A ello habría que añadir su dependencia del
mando militar.
La colaboración entre carlistas y falangistas fue
imposible debido a sus frecuentes choques; la Falange creció mucho en la
Ribera, fue agresiva, sus piquetes actuaron con intensidad y hubo izquierdistas
que colaboraron e ingresaron en ella. También hubo quienes acusaron a otros de
izquierdismo cuando ellos también lo eran, al decir Salas Larrazabal: “los
grupos campaban por sus respetos y de forma claramente incontrolada. Gran parte
de los excesos los protagonizaron gentes de significación republicana y aun
marxista que hacían “méritos” ante las nuevas autoridades persiguiendo
sañudamente a sus correligionarios de la víspera” (Los fusilados… p. 73-74; y otros autores).
Aunque algunos conocedores nunca oyeron hablar
de ellas, Martorell cita unas llamadas “Juntas de la muerte”, formadas por las distintas
tendencias políticas en el mundo rural, sobre
todo en la Ribera y zona Media, que no fueron sistemáticas, su implantación fue
limitada, y, en la documentación de la Junta Central, “prácticamente no se hace
referencia a este tipo de juntas, ni siquiera para recabar directrices sobre su
composición, funcionamiento o planteando los lógicos problemas que debían surgir en su
actuación” (p. 89-90).
Sobre cómo se utiliza hoy la historia es de todos sabido.
Lo de menos es que nadie haya dejado de admirar
el alma poética de Rafael Alberti, a pesar de ser comunista y presidir la
organización “Intelectuales antifascistas” poseedores de su propia checa en la
céntrica calle Serrano, y al margen de haber pasado casi un siglo.
Que para los ideólogos dialécticos e
historicistas que buscan réditos políticos, “la historia es decididamente algo
demasiado importante para que se deje al arbitrio de los historiadores” (J. Chesneaux)
(5), es algo descorazonador.
Utilizar la historia lejana como herramienta y
arma eficaz es un presentismo inaceptable, y, la defenestración de Eusa y la
destrucción del significado del Monumento de Navarra a sus muertos en la Cruzada, es un eslabón más de un paulatino
lavado de cerebro social para hacerse con Navarra.
Trasladar las épocas más duras de un pasado
histórico de casi un siglo para fermentar el presente, es escabroso y
guerracivilista, y totalmente ajeno a la historia como maestra de la vida.
Hoy la desmemoria histórica olvida (omertá) el
terror frentepopulista de entonces, y las matanzas en las prisiones de Vizcaya
y Guipúzcoa mandando el PNV. Esto es jugar con las cartas marcadas, aplicar una
doble o triple vara de medir, y es perverso en sí mismo y para la convivencia.
¿O es que no se condenan todas las
injusticias? También se olvida que los nacionalistas
vascos en Álava (6) y Navarra lucharon contra el comunismo ateo, y tienen su
nombre grabado en el monumento de Navarra
a sus muertos en la Cruzada. ¿Esto permite decir que tales nacionalistas,
enfrentados al comunismo ateo para salvar la Religión y la reintegración foral
plena (no el separatismo), eran unos fachas?
Que casi un siglo después tratemos tanto estos
temas es un bajón colectivo paralizador. Además, el hecho de crear problemas
ayer inexistentes para hoy ganar terreno político e ideológico, y utilizar esto
como señuelo para ocultar el mal gobierno de hoy, es asocial e irresponsable.
Como EH Bildu no condena el terrorismo etarra, y
hoy quiere ser admitido en el actual sistema político para detentar el poder,
atiza el peor relato del pasado lejano, recurre a las injusticias cometidas en
la guerra, y vincula la derechona a
ellas, pudiendo justificar así que sea alcalde aunque no condene a ETA.
Asirón, convertido en hombre del sistema, saca
rédito político del pasado lejano para ocultar su falta de programa político.
Inepto en el gobierno municipal, impide la concordia y el progreso, y desmerece
la capital del viejo Reyno milenario.
A ello se suma la aprobación del golpismo en
Cataluña, y la ocupación torticera del poder, que desmienten sus lecciones de
democracia. Que esto último lo hagan quienes no condenan a la banda terrorista
ETA en nuestros tiempos de democracia, y no hacen más que hablar de lo ocurrido
en 1936, es blanquear a la banda.
Expliquen por qué la contribución territorial de
Pamplona ha subido el doble este año, esquilmando a las familias, y no se
divierta jugando con el callejero, derribando todo o parte del monumento de
Navarra, y amenazando la propiedad de los vecinos, incluida la propiedad de la
Iglesia.
En resumen: deje Asirón en paz la memoria de
Eusa, deje la historia a los historiadores –entre ellos pueden discutir lo que
quieran-, y ocúpese de los problemas reales de los pamploneses.
José Fermín Garralda
NOTAS:
(1)
“El
Pensamiento Navarro” (EPN) nº 12.048, miércoles 7-X-1936.
(2)
“El Pensamiento Navarro” publicó durante
varios días una Orden de Joaquín Baleztena (EPN, nº 11.985, Pamplona, viernes
24-VII-1936, p. 6 etc.) que, redactada con un acento cálido y humano, es la
siguiente:
“DE LA JEFATURA REGIONAL. Los Carlistas,
soldados, hijos, nietos y biznietos de soldados no ven enemigos más que en el
campo de batalla. Por consiguiente, ningún movilizado voluntario ni afiliado a
nuestra inmortal Comunión debe ejercer actos de violencia, así como evitar se
cometan en su presencia.
Para nosotros no existen más actos de represalia
lícita que los que la Autoridad militar, siempre justa y ponderada, se crea en
el deber de ordenar.
El Jefe Regional, JOAQUÍN BALEZTENA”.
(3)
Aunque
tiende a decir lo mismo que la nota anterior, la Junta de Guerra da muestra de
cierta frialdad y dureza administrativa:
“¡NAVARROS! La Junta Central Carlista de Guerra
de Navarra, ratificando la nota dada ayer por la Regional prohibiendo ejercer
actos de violencia, y ampliándola en los puntos de la presente, en estos
momentos de profunda exaltación patriótica, desea hacer llegar hasta el último
rincón de nuestra querida Navarra su doble firme propósito de hermanar la
generosidad con el máximo rigor que la Ley nos impone en estas circunstancias
de excepción.
Y teniendo presente que nuestro movimiento
representa un espíritu altamente constructor, desprovisto de odios y venganzas
que sirven únicamente para destruir y aniquilar, la Junta Central Carlista de Guerra
de Navarra invita, con vivísimo interés, a cuantas personas han sido ajenas,
contrarias o, simplemente, de opuesta ideología a este glorioso movimiento
regenerador de la Patria a que, abandonando su actitud de oposición en las
ciudades, pueblos y campos, se adhieran a nosotros en esta cruzada de
salvación, a cuyo efecto los que se hallen ocultos o huidos deben reintegrarse
a sus casas y profesiones, presentándose, previamente, a las Autoridades
constituidas, especialmente a las Militares, haciendo acto de acatamiento y
sumisión sincera, en la seguridad de que si cumplen con este compromiso les
serán respetadas sus vidas, hogares y haciendas.
No obstante, esta Junta se cree en el deber de
decir y resaltar que este llamamiento generoso no implica dejación alguna de la
justicia que ha de caer inexorable sobre aquellas personas recalcitrantes que
cometan el menor acto de hostilidad a nuestro sublime y patriótico movimiento.
Queremos, en fin, que todos, pueblos e
individuos normalicen su vida, recobrando aquella convivencia cordial que, en
esta nobilísima región de Navarra, solo ha sido alterada por unos cuantos hombres
desalmados, sin conciencia ni amor cristiano, que con sus prédicas y doctrinas
disolventes y anárquicas quisieron convertir a Navarra y España en una colonia
esclava el tirano soviet ruso.
Por tanto, encargamos a nuestros amigos,
simpatizantes y en particular a nuestras fuerzas armadas procuren constantemente
dar ejemplo de la verdadera convivencia y fraternidad cristiana que nos imponen
nuestros sentimientos de católicos, españoles y navarros.
¡VIVA ESPAÑA! ¡VIVA NAVARRA! LA JUNTA CENTRAL
CARLISTA DE GUERRA DE NAVARRA (“El Pensamiento Navarro” nº 11.987, p. 1).
(4)
Martorell,
Manuel, “Los papeles de la Junta”, “Aportes” 72, XXV (1/2010) pp. 82-94
(5)
Chesneaux
Jean, ¿Hacemos tabla rasa del pasado? A
propósito de la historia y de los historiadores, Madrid, Siglo Veintiuno,
1984, 219 pp.
(6)
El
4 de agosto de 1936, El Pensamiento Navarro (p. 1 y 6) inserta una declaración de los afiliados del
Partido Nacionalista Vasco Javier Landaburu y Manuel de Ibarrondo (Vitoria
30-VII-1936) dirigida a la opinión alavesa y a los nacionalistas, diciendo que
no cabía disyuntiva ante la anarquía reinante, y la amenaza seria de un
comunismo bárbaro, solicitando no impedir sino
coadyuvar al éxito inminente del movimiento patriótico. Además, el
nacionalismo vasco no significa separatismo reintegración de los fueros, se va
a devolver a Álava las atribuciones forales o autonómicas “tanto cuanto Álava
le preste y (el movimiento patriótico) representa, según expresión de sus
dirigentes, frente al ateísmo salvaje, la garantía única de nuestra Santa
Religión, del triunfo de la doctrina de Jesucristo, en que nos educaron
nuestros padres y en la que los nacionalistas vascos queremos siempre vivir y
morir”.
Tomado de "Ahora Información" 25 de mayo de 2025